Feb 16, 2012

Capítulo 2

        Mi mamá y papá se conocieron en Chicago en 1953. Mi papá estaba estudiando ingeniería eléctrica en IIT (Instituto Tecnológico de Illinois) y mi mamá acababa de terminar sus estudios de preparatoria en Immaculata, una prestigiosa escuela católica de monjas. La familia de mi mamá no estaba nada feliz con

el arreglo: ¡cómo era posible que una buena niña estadounidense se casara con un mexicano bueno para nada! Por otra parte, mi abuela escocesa-irlandesa, Margaret Frew (descendiente de la familia real de los Stuart), principal opositora a esta unión, ya había cometido el “pecado” de casarse con un cantante italiano, Salvatore Schembari, que más adelante cambió su nombre a Sam Bari parar propósitos artísticos (¡en una variedad de “tocadas” compartió créditos con Billie Holiday!), y que provenía de una familia siciliana. (Mi mamá tiene recuerdos de Frank Capone compartiendo sopa con ella y mis abuelos.)

            Resulta que Mimi, como siempre la llamé, también había tenido su propia epoquilla como cantante de melodías románticas cuando había conocido a mi abuelo en un club nocturno de Chicago. Y, además, mi papá no era el “mojado” común y corriente; también venía de una “buena” familia y traía consigo los apellidos y el pedigrí Olivares y Riva Palacio para incluirlos en el trato. Finalmente, mis padres se casaron en Chicago. Él con 21 años y mi mamá con 18. Decidieron regresar a la ciudad de México ya que, debido a la recientemente finalizada guerra de Corea, todavía operaba el reclutamiento forzoso, lo que convertía en casi obligatorio el ingreso de mi papá a las Fuerzas Armadas. Como eran una pareja joven que apenas empezaba, tenían poco dinero, de modo que mi papá, siempre ingenioso e inventivo, encontró a un tipo que contrataba conductores para llevar carros estadounidenses a México.

            El Chachachá de Enrique Jorrín y el Mambo de Pérez Prado eran la última moda musical cuando mis papás llegaron a la ciudad de México el 17 de abril de 1955. Todos los amigos de mi papá estaban felices y mi papá mismo se pavoneaba de haberse casado y traído a una bella y joven “gringuita” de los Estados Unidos. Los primeros años de mi mamá en México fueron muy difíciles; apenas había cumplido los 20 años, no hablaba español, había dejado a toda su familia en EUA y tenía que vivir con mi abuelita “Chayo” (Rosario Riva Palacio `e Olivares) y el hermano menor de mi papá, Efrén, de modo que se encontraba en una situación muy difícil y aislada.

            Poco a poco se adaptó a este nuevo país, a una nueva cultura y empezó a aprender a vivir, hablar, leer y escribir a la usanza de México. Poco después, Patricia Bari de Olivares quedó embarazada.

Eduardo Olivares Bari
(Éste es el último fragmento de texto completo que dejó Lalo)

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