Aug 30, 2012

¿Cómo serían nuestras vidas sin algún tipo de sistema de creencias, sin fe? Siempre he pensado que creer, tener fe, es un rasgo humano ineludible. Incluso las personas que afirman ser ateos creen en algo. Llámese ciencia, ilustración, el poder del espíritu humano, voluntad, lo que sea… sigue siendo fe. La certeza de que hay algo más, si no superior. Algo fuera de nosotros que puede trascender nuestra existencia. Algo que seguirá viviendo aún cuando ya no estemos.

            Para Lalo, la búsqueda de fe se convirtió en parte esencial de su existencia. Su infancia transcurrió bajo el “cobijo” de la Iglesia Católica. Incluso fue monaguillo en algún momento. Y como todo católico al que he conocido, llegó el tiempo en que dudó de su fe y cuestionó sus creencias; especialmente durante los años difíciles de su adolescencia.

            Más tarde, jugueteó con distintas filosofías asiáticas. Sé que se aficionó a los sufís durante un tiempo (¿recuerdan a Mushkil Gusha? Hoy, jueves, es día de Mushkil Gusha). Y después empezó a leer a Grudjieff y Ouspensky que, a la larga, lo condujeron de vuelta al catolicismo a través de John Grepe y su grupo.

            Realmente nunca entendí por qué Lalo se entusiasmó tanto con Grepe. Si soy honesta, debo admitir que el tipo me desagradaba; había algo acerca de él que me provocaba una desconfianza instintiva. Y, sin embargo, nunca oí ni vi nada más que las intenciones más puras de su parte; hasta donde yo sé, nunca extorsionó dinero de sus seguidores, no les pedía “regalos”, no les pedía “favores. Con todo y todo, me desagradaba y no podía entender por qué Lalo lo seguía tan ciegamente, tan incondicionalmente. En parte, siempre pensé que Lalo finalmente había encontrado una figura paterna aceptable en quien podía confiar. Grepe nunca lo traicionaría como, desgraciadamente, lo hizo mi papá. Y, para todo propósito práctico, Grepe ayudó a Lalo a “poner sus cosas en orden”. Se volvió más responsable, más centrado. Incluso, se convirtió en una especie de “heredero” de Grepe cuando falleció. Lalo siguió con el grupo durante un tiempo y se convirtió en uno de los “maestros” de las generaciones más nuevas. En cualquier caso, fue Grepe quien le “regresó” su fe a Lalo y fue esa fe la que lo ayudó a pasar por la oscuridad de su enfermedad.

            Toda la idea del Acapulco Hilton Experience, del libro original que Lalo había planeado, era que serviría de tributo a la fe de Lalo, que mostraría el poder de Jesucristo y Su Gloria; en especial si consideramos que Lalo supuestamente se había curado del cáncer. Y allí, como diría Shakespeare, está el asunto.

            Que no quepa la menor duda. Aunque no haya sido “completo”, aunque no fue todo lo que quisimos, lo que le pasó a Lalo sigue siendo un milagro. A pesar de tener cáncer de páncreas en etapa 4 con metástasis al hígado y a los ganglios linfáticos, sobrevivió casi dos años completos, uno de los cuales fue el colmo de la perfección para él: dejó la quimio, siguió tocando y componiendo su música, se casó, puso su mundo y su alma en orden. Y aún así… aún así…

            ¿Cuál es el problema, me preguntan? ¿Qué posible bronca podría haber con la situación? El tipo tenía fe, el tipo creía que su fe lo iba a salvar, el tipo vivió un tiempo muy, muy, MUY largo con una enfermedad que inevitablemente mata al que la padezca. ¡Mira a Michael Landon, mira Steve Jobs, por el amor de Dios! Si el mismísimo STEVE JOBS no la hizo, con todos sus millones, con el doctor que quisiera a sus órdenes…¡qué se puede esperar! ¡¡¡FUE UN MILAGRO!!! PUNTO.          

            Y coincido. Completamente. Pero lo que me duele, lo que me mata, es que no estoy segura de que haya sabido, al final, que así era. Creo que murió atemorizado y decepcionado. Que hubo un momento en que su inquebrantable fe, su creencia absoluta en el poder de Dios se convirtió en algo más.

            Recuerdo a mi mamá tratando de mantenerlo anclado a la realidad aún mientras esperábamos que el milagro durara más tiempo. Ella le decía, “Mi cielo, no quiero que te desilusiones si esto no pasa”. Y él se ponía furioso. Creo que pensaba que si todos no “cooperábamos” con el milagro, no sucedería. Y eso no es fe… es superstición. Es el equivalente a tocar madera o a tirar sal por encima del hombro izquierdo. Fe es lo que tuvo al principio, cuando le dijeron en el hospital después de tratar de intervenirlo quirúrgicamente que no había habido oportunidad de hacerlo, que el cáncer estaba demasiado avanzado. Todos lloramos; todos nos queríamos morir. Él dijo, “Mamá, no me quiero morir, pero si Dios me llama, ¡estoy listo!” Y era en serio.

            No es mi intención criticarlo; no quiero menospreciar su actitud. Al contrario. Es la persona más valiente que conozco. Al final, lo vi enfrentar su última agonía con una dignidad y fortaleza que me hacen sentir humilde y me quitan el aliento. Aún durante lo peor de su dolor, tenía algo bueno que decir de todo el mundo; incluso cuando estaba medio obnubilado por la morfina, te preguntaba si estabas bien. Si alguna vez logro ser una fracción de lo que él fue durante ese, el momento más difícil de su vida, durante ese, el más oscuro de sus momentos, me consideraré bendecida. Y ese, tal vez, es el meollo del asunto. Desearía haberle regresado algo de lo que nos dio, de lo que me dio a mí. Desearía haber podido hablar con él más abiertamente en lugar de haberle temido a su enojo, a su desesperación por nuestra falta de fe. Desearía haber podido decirle, con absoluta certeza, “Éste fue el milagro. fuiste el milagro”. Desearía haber podido encontrar una manera de consolarlo y dejarle saber que ya no tenía que tener miedo; que estaba camino a casa.

Susana Olivares Bari

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