Para Lalo, la búsqueda de fe se convirtió en parte esencial de su existencia. Su infancia transcurrió bajo el “cobijo” de la Iglesia Católica. Incluso fue monaguillo en algún momento. Y como todo católico al que he conocido, llegó el tiempo en que dudó de su fe y cuestionó sus creencias; especialmente durante los años difíciles de su adolescencia.
Más tarde, jugueteó con distintas
filosofías asiáticas. Sé que se aficionó a los sufís durante un tiempo
(¿recuerdan a Mushkil Gusha? Hoy, jueves, es día de Mushkil Gusha). Y después
empezó a leer a Grudjieff y Ouspensky que, a la larga, lo condujeron de vuelta
al catolicismo a través de John Grepe y su grupo.
Realmente nunca entendí por qué Lalo
se entusiasmó tanto con Grepe. Si soy honesta, debo admitir que el tipo me
desagradaba; había algo acerca de él que me provocaba una desconfianza
instintiva. Y, sin embargo, nunca oí ni vi nada más que las intenciones más
puras de su parte; hasta donde yo sé, nunca extorsionó dinero de sus
seguidores, no les pedía “regalos”, no les pedía “favores. Con todo y todo, me
desagradaba y no podía entender por qué Lalo lo seguía tan ciegamente, tan
incondicionalmente. En parte, siempre pensé que Lalo finalmente había encontrado
una figura paterna aceptable en quien podía confiar. Grepe nunca lo
traicionaría como, desgraciadamente, lo hizo mi papá. Y, para todo propósito
práctico, Grepe ayudó a Lalo a “poner sus cosas en orden”. Se volvió más
responsable, más centrado. Incluso, se convirtió en una especie de “heredero”
de Grepe cuando falleció. Lalo siguió con el grupo durante un tiempo y se
convirtió en uno de los “maestros” de las generaciones más nuevas. En cualquier
caso, fue Grepe quien le “regresó” su fe a Lalo y fue esa fe la que lo ayudó a
pasar por la oscuridad de su enfermedad.
Toda la idea del Acapulco Hilton Experience,
del libro original que Lalo había planeado, era que serviría de tributo a la fe
de Lalo, que mostraría el poder de Jesucristo y Su Gloria; en especial si
consideramos que Lalo supuestamente se había curado del cáncer. Y allí, como
diría Shakespeare, está el asunto.
Que no quepa la menor duda. Aunque
no haya sido “completo”, aunque no fue todo lo que quisimos, lo que le pasó a
Lalo sigue siendo un milagro. A pesar de tener cáncer de páncreas en etapa 4
con metástasis al hígado y a los ganglios linfáticos, sobrevivió casi dos años
completos, uno de los cuales fue el colmo de la perfección para él: dejó la
quimio, siguió tocando y componiendo su música, se casó, puso su mundo y su
alma en orden. Y aún así… aún así…
¿Cuál es el problema, me preguntan?
¿Qué posible bronca podría haber con la situación? El tipo tenía fe, el tipo
creía que su fe lo iba a salvar, el tipo vivió un tiempo muy, muy, MUY largo
con una enfermedad que inevitablemente mata al que la padezca. ¡Mira a Michael
Landon, mira Steve Jobs, por el amor de Dios! Si el mismísimo STEVE JOBS no la
hizo, con todos sus millones, con el doctor que quisiera a sus órdenes…¡qué se
puede esperar! ¡¡¡FUE UN MILAGRO!!! PUNTO.
Y coincido. Completamente. Pero lo
que me duele, lo que me mata, es que no estoy segura de que haya sabido, al
final, que así era. Creo que murió atemorizado y decepcionado. Que hubo un
momento en que su inquebrantable fe, su creencia absoluta en el poder de Dios
se convirtió en algo más.
Recuerdo a mi mamá tratando de
mantenerlo anclado a la realidad aún mientras esperábamos que el milagro durara
más tiempo. Ella le decía, “Mi cielo, no quiero que te desilusiones si esto no
pasa”. Y él se ponía furioso. Creo que pensaba que si todos no “cooperábamos”
con el milagro, no sucedería. Y eso no es fe… es superstición. Es el
equivalente a tocar madera o a tirar sal por encima del hombro izquierdo. Fe es
lo que tuvo al principio, cuando le dijeron en el hospital después de tratar de
intervenirlo quirúrgicamente que no había habido oportunidad de hacerlo, que el
cáncer estaba demasiado avanzado. Todos lloramos; todos nos queríamos morir. Él
dijo, “Mamá, no me quiero morir, pero si Dios me llama, ¡estoy listo!” Y era en
serio.
No es mi intención criticarlo; no
quiero menospreciar su actitud. Al contrario. Es la persona más valiente que
conozco. Al final, lo vi enfrentar su última agonía con una dignidad y
fortaleza que me hacen sentir humilde y me quitan el aliento. Aún durante lo
peor de su dolor, tenía algo bueno que decir de todo el mundo; incluso cuando
estaba medio obnubilado por la morfina, te preguntaba si tú estabas bien. Si alguna vez logro ser una fracción de lo que él fue
durante ese, el momento más difícil de su vida, durante ese, el más oscuro de
sus momentos, me consideraré bendecida. Y ese, tal vez, es el meollo del
asunto. Desearía haberle regresado algo de lo que nos dio, de lo que me dio a
mí. Desearía haber podido hablar con él más abiertamente en lugar de haberle
temido a su enojo, a su desesperación por nuestra falta de fe. Desearía haber
podido decirle, con absoluta certeza, “Éste fue el milagro. Tú fuiste el milagro”. Desearía haber
podido encontrar una manera de consolarlo y dejarle saber que ya no tenía que
tener miedo; que estaba camino a casa.
Susana
Olivares Bari
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