Aug 2, 2012

DESAPARECIDO, MÁS NUNCA OLVIDADO

De alguna manera parece imposible, pero por otra parte parecería ser algo que sucedió hace mucho, mucho tiempo…en poco más de un mes Eduardo habrá cumplido un año de fallecido. El dolor inicial se ha difuminado un tanto cuanto, pero se encuentra justo por debajo de la superficie y casi con toda seguridad nunca desaparecerá del todo.

 Últimamente he estado recordando escenas y situaciones aleatorias de sus años de infancia y adultez sin ningún orden cronológico en los recuerdos, algunos de los cuales plasmo aquí:
 Nuestros viajes a cada cuando era muy chiquito, especialmente ese donde aprendió a caminar mientras visitábamos a mi mamá en Chicago. Enseñarle a hablar con lo que ahora me parece un sufrimiento que le hice pasar (y, también, más adelante, a su pobre hermana) con un sistema de vocabulario dual--- p. ej. mira/look, coche/car, luz/light. Debo justificar mi locura diciendo que el motivo era evitar la desaprobación de mi suegra si sus primeras palabras hubiesen sido exclusivamente en inglés.

 Después estuvi la ocasi´ñon en que el D.F. estuvo cubierto de carteles que decían “Gringo go home”. Él y yo estábamos en un taxi y empezó a hablarme en inglés. No hace falta decir que pensé que era mejor olvidar nuestro modo habitual de comunicación y que le susurré que por el momento sería divertido hablar únicamente en español.

 Su desaprobación de la mascarilla de huevo que me apliqué un día--- “¡Mami, huevo para comer, no para cara!”

 Horas y horas de escuchar música juntos, empezando con mis arrullos para que durmiera todas las noches y sus versiones diarias desde la cuna al despertar de lo que yo le había cantado la noche anterior. Después vinieron los primeros discos que le toqué, “Tubby the Tuba” y todas las canciones de Cri-Cri, aprendidas y cantadas año tras año. Fuimos compañeros de viaje a través de cada otro género concebible (no todos los cuales disfruté de necesidad), hasta finalmente incluir sus propias composiciones que, por supuesto, no sólo disfruté, sino que también me hicieron sentir muy orgullosa, aunque casi nos vuelve locas a su hermana y a mí repitiendo una frase particular en el piano una y otra vez hasta que sintió que estaba perfecta; no obstante, el resultado final fue la presentación de su composición en la Pinacoteca Virreinal. Las interminables horas de práctica de guitarra clásica que, para mí, era el instrumento a través del cual mejor se expresaba pero que más tarde abandonó a favor del violín.

A lo largo de su infancia acudió a mí en busca de consuelo y/o recomendaciones dado que su relación con su papá no era lo que se desearía y, durante su adolescencia y adultez me convertí en su confidente, aunque algunas de las cosas con las que lidiamos hubiera preferido no saber--- no porque me hayan escandalizado u ofendido, sino más bien debido al hecho de que, como su madre, cualquier cosa que lo hería u ofendía me rompía el corazón. Bueno, supongo que se guardó lo peor para reacciones menos maternales porque Susana ha escrito de diversas experiencias espeluznantes que le confió a ella y que debe haber sentido eran simplemente demasiado para mí.

 Regresando a su infancia; cuando llegó Suzy hubo una buena cantidad de las provocaciones obligatorias del hermano mayor y de súplicas de ayuda de la hermana menor---“¡Mami, mira a Lalo!” y ¡oh! mi horror al enterarme de que él y sus amiguitos estaban enrollándola en un tapete para después rodarlo por las escaleras con ella dentro. Ella estaba delirantemente feliz ante este acontecimiento, yo no.

 Lalo vivió, trabajó y estudió en Cuernavaca por un tiempo y formó un grupo de músicos que tocaban piezas clásicas de blues, jazz y bossa nova en un restaurantito que había allí los fines de semana. Me convenció de que me volviera su vocalista y, por un tiempo, viajé a la ciudad de la eterna primavera cada viernes a domingo y me divertí como loca. Más adelante, cuando se convirtió en productor y componía los jingles de sus clientes para transmitirse en los medios, si mi voz era adecuada para el producto o si la letra debía cantarse en inglés, me contrataba, por lo que también compartimos esos momentos musicales.

La última vez que canté para él fue unos muy pocos días antes de que muriera. Para alegrarlo le canté una “cancioncilla” acerca de enfatizar lo positivo y eliminar lo negativo que me habían cantado cuando yo era niña. Se fascinó con el mensaje y me pidió que repitiera la canción una y otra vez y, al final, la cantó conmigo. Me pidió que le anotara las palabras. Suzy me hizo el favor y se las dimos.

Cuando tenía como cinco o seis años, su papá constantemente lo regañaba por, debo admitirlo, sus malos modales a la mesa. Su papá le decía, “debes aprender a comer como un príncipe” y así, al finalizar estos recuerdos, tomo prestadas las palabras de Horacio a Hamlet:

           ¡Buenas noches, dulce príncipe; y que coros de ángeles acompañen tu descanso!

Patricia Bari Frew

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