Mar 29, 2012

Cuando empecé este blog, supuse que me vería inundada por las contribuciones de los cientos de personas que conocieron y amaron a mi hermano. Que me sería difícil poner en orden y organizar todos los comentarios, anécdotas y recuerdos. La inundación nunca llegó.


            También se me ha hecho cada vez más difícil escribir acerca de él. Pienso en un millón de cosas: recuerdos, situaciones graciosas, anécdotas que nadie ha escuchado, cosas que recuerdo de él, pero nada parece querer unirse. Es como un sinfín de fragmentos que flotan alrededor sin querer consolidarse en un todo significativo, completo. ¿Es que ahora Lalo se ha convertido en parte del pasado? ¿Qué ya no nos es tan importante como afirmábamos que era? ¿Realmente hay un momento en que algo como esto “se pasa”?

            Supongo que parte es el proceso natural del paso del tiempo. Como dijo John Lennon, “La vida es lo que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes”. Siempre hay “cosas” que se tienen que hacer: trabajo, comidas, manejar, compras, limpieza, bañarse, ver la tele. Pero creo que mucho tiene que ver con poder “escaparse” de la realidad de la muerte de una persona; de querer imaginar que no ha pasado nada. Así, los cientos de pequeños recuerdos y fragmentos se entretejen con la rutina cotidiana. Ya no se destacan tanto. El dolor intenso, la tremenda realidad de lo que ha pasado sólo se distingue cuando otras cosas te lo recuerdan.

            Recientemente, murió Davy Jones. El mismísimo galán de los Monkees. Cuando me enteré de su muerte, lloré como una idiota. Seguro, me fascinaba “Daydream believer”, pero ¡qué barbaridad! Y es que lo único que pude pensar fue, “¡Otro Monkee!”. También, justo este domingo pasado, me desperté con el sonido de sirenas en la calle. Resulta que una vecina, una mujer cercana a mi edad con la que realmente nunca tuve contacto, accidentalmente se cayó por las escaleras de su casa y se mató. Era la hermana del hombre que arregla mi coche. Me sentí totalmente abrumada por la pena. Pensé en él, en su mamá, en la terrible indiferencia con la que una mañana común y corriente de domingo se puede convertir en una experiencia trágica y demoledora. También le di gracias a Dios que tuve la oportunidad de despedirme de mi hermano y de compartir sus últimos momentos con él.

            Entonces, ¿realmente nos hemos olvidado de “nuestro” Monkee? Para nada. Es sólo que no queremos recordar que se ha ido. Preferimos no rascar la herida. Tal vez, algún día, nos despertemos para darnos cuenta de que todo fue un terrible malentendido, una pesadilla.

            Mientras tanto, seguiré tratando de hacer que todos los pedacitos se unan y esperando la inundación. Estoy segura de que vendrá, aún si es de gota en gota.

Susana Olivares Bari

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