Apr 19, 2012

Lo que define la esencia de lo que uno es tiene que ver con tantísimas cosas que resulta difícil definirlas. Ciertamente, parte de lo que definió la esencia de Lalo tiene que ver con nuestra familia, no sólo en términos de la dinámica de la misma, sino en cuanto a las dos culturas que formaban parte de ella. Nuestra Mamá siempre se esforzó por inculcarnos amor y respeto por ambas. Al tiempo que celebrábamos el Día de Acción de Gracias, pasábamos mucho tiempo con ella cantando canciones mexicanas típicas como “Cielito lindo”, “La llorona” y “Allá en el Rancho Grande”, mientras nos acompañaba con la guitarra. Esta “doble vida” tenía consecuencias muy peculiares.

            Tanto Lalo como yo aprendimos inglés y español al mismo tiempo, a pesar de las críticas de la familia, tanto del lado paterno como del materno, en cuanto a que nos íbamos a “confundir”. Al parecer, al empezar a hablar, los dos tendíamos a dar una especie de “interpretación simultánea”. Decíamos cosas como “perro-dog” o “luz-light”, en lugar de simplemente decidirnos por un término u otro. Ya después, empezamos a separar los dos idiomas y, por último, todos, incluyendo a mi Mamá y Papá, terminamos hablando esa extraña combinación de las dos lenguas, el ahora afamado Spanglish, que hasta la fecha usamos en casa.

            Pero también se daban conflictos muy extraños. Mi Mamá inscribió a Lalo en un jardín de niños bilingüe. Algunos días después del inicio de clases, la directora le habló por teléfono, enojadísima porque Lalo no hablaba inglés. Cuando mi Mamá fue por él, le preguntó insistentemente que por qué no hablaba en inglés. Lalo se le quedó viendo, mudo. Ya en la casa, el problema se resolvió como por arte de magia. Aparentemente, le daba “pena” hablar inglés en la escuela porque los demás niños se burlaban de él. En otra ocasión, al llegar de la escuela no quiso hablarle a mi Mamá porque “los gringos nos robaron parte del Territorio Nacional”.

            Esta biculturalidad requiere de un equilibrio muy fino. A ambos lados de la frontera, uno es de allá, pero no. Es de acá, pero no. Hay aceptación y rechazo a un mismo tiempo, tanto de los demás, como dentro de uno mismo y dentro de la familia. Se termina por no ser de ningún lado y ser de ambas naciones por igual. No se quiere ofender y de alguna manera uno termina tratando de acoplarse a lo que se tiene frente, reminiscente a lo que le pasa al personaje de Zelig en la película de Woody Allen. Uno se mimetiza con sus alrededores, con sus interlocutores. Pero de alguna forma, al final, se forja una extraña identidad dual, una especie de “Spanglish” del alma y del corazón.

Susana Olivares Bari

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