Empezó a usar mota después de que nos mudamos a la casa de la Calle de Taxco en la Colonia roma de la Ciudad de México. Debe haber tenido alrededor de 14 o 15 años para ese entonces y lo metió en un mundo de problemas, en adición a los conflictos que ya tenía con mi papá. Por supuesto, fue a principios de los setentas. Las drogas eran parte del ambiente y hacían que uno pareciera genial y moderno y en onda, de modo que supongo que eso tuvo algo que ver.
Debido a la diferencia de casi seis años que había entre nosotros, yo realmente no participaba en las discusiones que surgieron por ello; más bien fui una especie de espectadora. Recuerdo que había grandes peleas y muchas lágrimas, especialmente de parte de mi mamá, quien desesperadamente trató de hacer que no lo hiciera y de establecer la paz entre los dos hombres de la familia. Recuerdo la vez que entré al baño y vi todo el lavabo y el piso alrededor cubierto en mechones de pelo. Mi papá había agarrado a Lalo y le había cortado el pelo sin ton ni son después de alguna escena de gritos. La impresión que me dejó fue como de alguna escena del crimen. Aunque sólo era pelo y yo no había estado allí para presenciarlo, podía intuir la violencia tras del acto. Pudo haber sido sangre por todas partes; la sensación era la misma. Después de eso, Lalo se fue de la casa a Dios sólo sabe dónde. No fue la primera vez y no habría de ser la última.
Mi mamá, como siempre,
trató de encontrar algún tipo de solución. Habló con él, habló con mi papá,
habló con ambos. Involucró a Lalo en un grupo de la iglesia que conducía un
sacerdote joven y moderno. Cuando mis papás se separaron, mandó a Lalo a vivir
con mi papá por un rato para ver si los dos podían “conectarse” de manera más
significativa. En cierto modo lo hicieron; mi papá terminó fumando mota con mi
hermano. Ahora, también le interesaba ser genial y moderno y en onda. Después
lo mandó a vivir con mi abuelita y su protegido, un amigo de Lalo cuyos padres
también se habían separado y que vivía bajo la tutela de mi abuelita. Eso
tampoco funcionó del todo bien (¡también terminaron fumando mota juntos!). Al
final, Lalo regresó a vivir con nosotras, siguió usando y, en 1976 se fue a
vivir a París con una amiga pintora de mi mamá; pensó que vivir por sí solo
podría ayudarlo a actuar de manera más responsable. Así lo hizo, pero nunca dejó
de usar mota; su adicción se había vuelto irremediable.
A medida que pasó el
tiempo, Lalo viajó a Nueva York mientras vivimos allí, se quedó en EUA durante
un buen tiempo, regresó a México y vivió con nosotras durante otra época y, finalmente,
empezó a vivir independientemente. Luchó contra sus demonios, dejó de usar
todas las demás drogas realmente fuertes e incluso llegó a dejar la marihuana
durante periodos distintos. A lo largo de todo esto, nunca se convirtió en menos
de lo que siempre fue: amable, amoroso, dulce. Lo que quedó fue toda una serie
de “aventuras” que trataré de rememorar y narrar, poco a poco, y una imperecedera
pasión por la vida.
Cuando recuerdo todo esto,
lo único que puedo pensar es que me da gusto que haya pasado. Incluso con las
peleas, los problemas y las lágrimas, todo ayudó a moldearlo en lo que se
convirtió, y se convirtió en una persona excepcional. No me lo crean a mí…pregúntenle
a quien quieran; todos les dirán lo mismo.
Susana Olivares Bari
No comments:
Post a Comment