(Parte II: París)
En
el verano de 1976, mi mamá ya no sabía qué hacer con los problemas de Lalo. Ya
lo había mandado a vivir con mi papá así como con mi abuela para ver si alguien
distinto a ella podía lograr ayudar a Lalo. Ninguno de estos experimentos había
funcionado. Lalo había regresado a vivir con nosotros pero aún se metía en
problemas
con regularidad; tanto así que mi mamá había tenido que cumplir su promesa de no permitirle abandonar México mientras yo viajaba a Davenport, Iowa en EUA para pasar las vacaciones con la familia de mi mamá. Fue durante ese tiempo que una amiga pintora de la familia, que vivía en París, le sugirió a mi mamá que lo enviara a Francia con ella. Allí, le dijo, aprendería a valerse por sí mismo, se alejaría de las “influencias negativas” que representaban sus amigos en México y finalmente se enfrentaría a la realidad.
Mi
mamá decidió que valía la pena intentarlo; le compró a Lalo un boleto redondo
abierto en caso de que necesitara regresar a casa y arregló las cosas con mi
papá para que le enviara su porción de la pensión alimenticia a París.
Después
de una temporada corta en casa de la amiga, Lalo empezó a vivir por su cuenta.
Al principio, todo funcionó bastante bien. Consiguió un departamentito que, de
hecho, era carísimo porque tenía un baño propio, empezó a tomar clases de
francés y estudió música en el Conservatorio de París. Pero más tarde ese mismo
año, México sufrió la primera de muchas devaluaciones futuras. Repentinamente,
el dinero de Lalo se vio reducido a la mitad de lo que había estado obteniendo.
Se deshizo del departamentito mono, rentó una buhardilla en un edificio en el
que compartía el baño con todos los residentes de su piso y empezó a tratar de
sobrevivir. Debido a que no podía conseguir un trabajo formal, empezó a tocar
el violín en el Metro de París.
Durante
su época en Francia, también tuvo oportunidad de viajar a otras partes de
Europa. Uno de los viajes de los que me contó fue a Ámsterdam. Ese año se había
despenalizado la marihuana en Holanda, de modo que Lalo pensó que sería su
oportunidad para comprar un poco. De regreso a París, el tren se detuvo en la
frontera y se subió un inspector. Naturalmente, lo agarraron tratando de
introducir la mota pero, por suerte, debido a que era una cantidad tan pequeña,
sólo la confiscaron y le permitieron regresar a Francia. Me dijo que fue uno de
los momentos más tensos de su vida; pensó que terminaría en la cárcel o que le
prohibirían el ingreso a Francia, donde estaban todas sus cosas, incluyendo el
boleto de avión con viaje redondo.
Una
tarde en el verano de 1977, alrededor del tiempo en que mi mamá y yo nos
preparábamos para regresar a México después de haber vivido en EUA cerca de un
año, sonó el teléfono. Cuando contesté, oí la voz de Lalo. Me preguntó si mi
mamá estaba en casa, le dije que no y me contestó que hablaría más tarde. Cuando
mi mamá llegó a la casa, estaba sorprendida, impactada y enojada, todo al mismo
tiempo. “¿Cómo que va a hablar más tarde? ¡Está en París y no tiene un quinto!
¿Cómo va a hacer para volver a llamar?” Pero, en efecto, sí habló más tarde.
Otro extranjero le había enseñado a “trucar” el teléfono público para que
pudiera a hablar a cualquier parte del mundo, el tiempo que quisiera, por el precio
de una llamada local. Él y mi mamá hablaron por horas, mientras le contaba todo
acerca de su vida allá y le describía el amanecer sobre la ciudad. Fue entonces
que Lalo decidió viajar a Nueva York.
Susana Olivares Bari
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