Jul 5, 2012

Viajante
(Parte IV: Iowa e Illinois)

Lalo vivió con Mimi, nuestra abuela, durante un tiempo mientras estudiaba música en la Universidad St. Ambrose en Davenport, Iowa. Más adelante se cambió a la Universidad Augustana en Rock Island, Illinois, al otro lado del Río Mississippi; años después, Augustana le comisionaría una pieza para su serie “Música del Siglo XX”. Acapulco en la Azotea, un quinteto para trompeta, saxofón tenor, vibráfono, guitarra clásica y contrabajo, se estrenó el 27 de Octubre
de 1998, la noche anterior al cumpleaños de Lalo, dándole vida al minimalismo tropical en la música clásica.
            De todas las narraciones que me contó Lalo acerca de su estadía en el área de las Ciudades Cuatrillizas entre Iowa e Illinois, la que más recuerdo es la que ahora llamaré “El gran incidente del árbol de mota”.

            Lalo estaba rentando una de las unidades de un dúplex vertical; su vecina, una chica a la que llamaremos “Sandy” para propósitos de anonimidad, era increíblemente preciosa, era rubia de ojos azules, tenía un cuerpo de locura y era adorablemente dulce… además de ser traficante de drogas.

            Algunos de los amigos de Lalo habían escuchado un rumor acerca de un arbusto de marihuana enormemente gigantesco que estaba creciendo en algún lugar de la campiña cercana. Un fin de semana, Lalo y sus amigos salieron en coche al campo en busca de la mítica planta. Cuando finalmente la encontraron, se quedaron completamente sorprendidos. ¡Era verdaderamente enorme! “¡La única manera en que podías describirla era como un árbol de marihuana de tan grande que era!” me dijo. Con gran entusiasmo la cortaron, la escondieron en la cajuela del coche y se dirigieron de vuelta a la casa de Lalo. Cuidadosamente sacaron el “árbol de mota” del coche y decidieron esconderlo en el ático, donde lo colgaron de cabeza para secarlo. La cosa esa pendía de las vigas del techo hasta llegar al piso. Cierto tiempo después, cuando había secado totalmente, decidieron probarla. Era el equivalente de fumar orégano. La descomunal planta no tenía el más mínimo efecto. Sin saber cómo deshacerse de ella, la dejaron en el ático y se olvidaron de ella.

            Ahora bien, algo que deben saber del ático del dúplex vertical es que una de las paredes tenía un hoyo que comunicaba a ambas unidades.

            El tiempo pasó y un día Sandy decidió mudarse del dúplex. Lalo me dijo que el “lado” de Sandy era mucho mejor que el suyo, de modo que le pidió si podían cambiar de unidad, ya que ella ya no estaría viviendo en la suya. Ella accedió así que Lalo mudó todas sus cosas a la que había sido la unidad de Sandy. Aunque ya no iba a vivir allí, ella le dijo que no sacaría sus cosas de una pequeña habitación en la planta baja. Estaba cerrada con un enorme candado y le dijo que si alguien llegara a preguntar, que dijera que no sabía qué había dentro; que así lo había dejado el inquilino anterior.

            Aparentemente, debe haber sospechado que algo iba a pasar porque un buen día, llegó la policía a dar de golpes en la puerta. Tenían algunas preguntas. Lalo les dijo que se acababa de mudar (no mencionó de dónde) y que no sabía nada de los habitantes anteriores. Cuando le preguntaron que si podían hacer un cateo, Lalo se hizo a un lado y les dijo que podían hacer lo que quisieran.

            Inmediatamente preguntaron acerca de la puerta con candado, a lo que Lalo respondió lo que Sandy le había indicado que dijera. Cuando la policía entró a la habitación por la fuerza, encontró parte del botín de Sandy, pero nada importante. Siguieron buscando y, por supuesto, a la larga subieron al ático.

            Cuando vieron el hoyo de la pared y se asomaron por él, ¡allí estaba el gigantesco árbol de mota! ¡Estaban emocionadísimos! Entraron por el hoyo, recuperaron la planta y la arrastraron por las escaleras hasta la calle, donde dos oficiales la sostuvieron con dificultad para posar para las fotografías que se publicaron en los periódicos al día siguiente, junto con la narrativa de la “importante redada antidrogas” que habían logrado.

            Cuando finalmente se fueron, le dieron las gracias a Lalo efusivamente por su cooperación y se disculparon por el desorden de hojas y ramitas que habían dejado en las escaleras después de arrastrar el árbol fuera de la casa. Lalo amablemente ofreció hacerse cargo del desorden.

            Al salir de la casa, en voz amenazadora, uno de los oficiales dijo “No se le vaya ocurrir fumarse eso, ¿entiende?”. Lalo prometió que no lo haría.

Susana Olivares Bari

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