(Parte IV: Iowa e Illinois)
Lalo
vivió con Mimi, nuestra abuela, durante un tiempo mientras estudiaba música en
la Universidad St. Ambrose en Davenport, Iowa. Más adelante se cambió a la
Universidad Augustana en Rock Island, Illinois, al otro lado del Río
Mississippi; años después, Augustana le comisionaría una pieza para su serie “Música
del Siglo XX”. Acapulco en la Azotea, un quinteto para trompeta, saxofón tenor,
vibráfono, guitarra clásica y contrabajo, se estrenó el 27 de Octubre
de 1998,
la noche anterior al cumpleaños de Lalo, dándole vida al minimalismo tropical
en la música clásica.De todas las narraciones que me contó Lalo acerca de su estadía en el área de las Ciudades Cuatrillizas entre Iowa e Illinois, la que más recuerdo es la que ahora llamaré “El gran incidente del árbol de mota”.
Lalo estaba rentando una de las
unidades de un dúplex vertical; su vecina, una chica a la que llamaremos “Sandy”
para propósitos de anonimidad, era increíblemente preciosa, era rubia de ojos
azules, tenía un cuerpo de locura y era adorablemente dulce… además de ser traficante
de drogas.
Algunos de los amigos de Lalo habían
escuchado un rumor acerca de un arbusto de marihuana enormemente gigantesco que
estaba creciendo en algún lugar de la campiña cercana. Un fin de semana, Lalo y
sus amigos salieron en coche al campo en busca de la mítica planta. Cuando
finalmente la encontraron, se quedaron completamente sorprendidos. ¡Era
verdaderamente enorme! “¡La única manera en que podías describirla era como un
árbol de marihuana de tan grande que era!” me dijo. Con gran entusiasmo la
cortaron, la escondieron en la cajuela del coche y se dirigieron de vuelta a la
casa de Lalo. Cuidadosamente sacaron el “árbol de mota” del coche y decidieron esconderlo
en el ático, donde lo colgaron de cabeza para secarlo. La cosa esa pendía de
las vigas del techo hasta llegar al piso. Cierto tiempo después, cuando había
secado totalmente, decidieron probarla. Era el equivalente de fumar orégano. La
descomunal planta no tenía el más mínimo efecto. Sin saber cómo deshacerse de
ella, la dejaron en el ático y se olvidaron de ella.
Ahora bien, algo que deben saber del
ático del dúplex vertical es que una de las paredes tenía un hoyo que
comunicaba a ambas unidades.
El tiempo pasó y un día Sandy
decidió mudarse del dúplex. Lalo me dijo que el “lado” de Sandy era mucho mejor
que el suyo, de modo que le pidió si podían cambiar de unidad, ya que ella ya
no estaría viviendo en la suya. Ella accedió así que Lalo mudó todas sus cosas
a la que había sido la unidad de Sandy. Aunque ya no iba a vivir allí, ella le
dijo que no sacaría sus cosas de una pequeña habitación en la planta baja.
Estaba cerrada con un enorme candado y le dijo que si alguien llegara a
preguntar, que dijera que no sabía qué había dentro; que así lo había dejado el
inquilino anterior.
Aparentemente, debe haber sospechado
que algo iba a pasar porque un buen día, llegó la policía a dar de golpes en la
puerta. Tenían algunas preguntas. Lalo les dijo que se acababa de mudar (no
mencionó de dónde) y que no sabía nada de los habitantes anteriores. Cuando le
preguntaron que si podían hacer un cateo, Lalo se hizo a un lado y les dijo que
podían hacer lo que quisieran.
Inmediatamente preguntaron acerca de
la puerta con candado, a lo que Lalo respondió lo que Sandy le había indicado
que dijera. Cuando la policía entró a la habitación por la fuerza, encontró
parte del botín de Sandy, pero nada importante. Siguieron buscando y, por
supuesto, a la larga subieron al ático.
Cuando vieron el hoyo de la pared y se asomaron por él, ¡allí estaba el gigantesco árbol de mota! ¡Estaban emocionadísimos! Entraron por el hoyo, recuperaron la planta y la arrastraron por las escaleras hasta la calle, donde dos oficiales la sostuvieron con dificultad para posar para las fotografías que se publicaron en los periódicos al día siguiente, junto con la narrativa de la “importante redada antidrogas” que habían logrado.
Cuando finalmente se fueron, le
dieron las gracias a Lalo efusivamente por su cooperación y se disculparon por
el desorden de hojas y ramitas que habían dejado en las escaleras después de
arrastrar el árbol fuera de la casa. Lalo amablemente ofreció hacerse cargo del
desorden.
Al salir de la casa, en voz amenazadora, uno de los oficiales dijo “No se le vaya ocurrir fumarse eso, ¿entiende?”. Lalo prometió que no lo haría.
Susana
Olivares Bari
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