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Carlos y Lalo, Pumitas de la UNAM |
Érase el año de 1970. No era la primera vez que mi padre nos invitaba a pasar un fin de semana en Acapulco. Mi padre era piloto privado y volaba un Cessna 185. En este viaje ya la pregunta no era “¿A quién vas a invitar?”, sino “¿Vas a invitar a Lalo?”. “Of course, chief”, le dije.
Y ahí vamos.
Después de un agradable chat con la intención
fallida de despertar camino al aeropuerto de la ciudad de México que, según
recuerdo, todavía no se llamaba Benito Juárez, por fin llegamos al área de
hangares. La costumbre era despegar antes de que amaneciera para que la niebla,
que suele aparecer de manera cotidiana en el Valle de Texcoco, no nos retrasara.
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Más Pumitas |
Carlos Pardo
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