Había
una vez un niñito que decía llamarse “gato”. Nació un domingo y fue todo lo que
tradición popular dicta para aquel que nace el día del Señor; bonito y risueño
y bueno y alegre. Una vez que había crecido un poco, decidió cambiar su
identidad para convertirse en “Monkee”, pero más adelante, aún no contento con
esa personalidad, se dio cuenta que su ser verdadero era la mejor de las
personas, y tenía razón, por lo que Lalo llegó para quedarse.
De ascendencia ítalo-irlandesa y
mexicana, no resulta nada sorprendente que fuera, por supuesto, místico y
soñador y poeta a un mismo tiempo y, en general, el proverbial escritor y
músico ambulante: un juglar, y sí que viajó. Se embarcó en travesías
asombrosamente fortuitas porque la oportunidad de ir a distintos lugares
simplemente parecía caerle del cielo sin ningún tipo de premeditación de su
parte. Tocó su violín en el metro de París y en centros nocturnos de Nueva York
y México. Estudió composición en París, Nueva York, la Ciudad de México, la
Universidad de Saint Ambrose en Davenport, iowa y en la Universidad Augustana
de Rock Island, Illinois, además de hacer diversos viajes adicionales dentro de
Europa, EUA y México. También tocó con un conjunto de cámara en Cuernavaca al
tiempo que corría de una tocada a otra todas las noches para poder sobrevivir.
Trabajó con esmero en la profesión que eligió y también formó diversos grupos e
hizo varias giras como solista hasta que, finalmente, se dedicó a componer y
producir música maravillosa para México, Latinoamérica y Europa.
Decir que fue amado sería tremendamente
insuficiente. Decir que se le extraña queda muy corto de la realidad del vacío
que su ausencia ha creado al sentir que todavía tenía tanto que dar, que hacer.
Amaba la vida, cada aspecto de la misma. Estaba perpetuamente enamorado de
alguna bella mujer y prontamente admitía que el sexo opuesto lo dejaba
asombrado. Amaba comer y beber, reírse, leer, aprender cosas nuevas y creía
fervientemente en su Dios.
Su difícil relación con su padre se
volvió la base de una búsqueda infinita de aprobación y aceptación que dio por
resultado una abundancia de dulzura y sensibilidad de carácter de la que derivó
gran parte de su talento y genio.
Me dijo que sabía lo que Joseph
Campbell se refería acerca de seguir la propia dicha, porque sentía esa dicha
cuando se presentaba frente a un público… Había planeado a dedicarse a tocar
para ese público cuando los médicos, sorprendidos, le avisaron que estaba libre
de cáncer, pero eso no habría de ser.
Sobrellevó
su enfermedad de manera digna y en plena aceptación de la voluntad de Dios y
dijo estar feliz por al menos haber tenido la oportunidad de presentar su
música en el Conservatorio y en la Pinacoteca Virreinal en México y de haber recibido
la comisión de la premier mundial de si música en la presentación de “Música
del siglo XX” de Augustana el 27 de octubre de 1998; la noche anterior a su
cumpleaños, ¡¡¡un regalo indescriptible!!! Podría hablar indefinidamente elogiando su capacidad para comprender
cómo gozar de la vida, pero baste decir que era mi hijo bien amado al que
extrañaré el resto de mi vida…Patricia Bari Frew
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