A pesar de que Eduardo, sin duda, era talentoso, maravilloso y sorprendente, por asociación de dichas cualidades o sencillamente porque las poseía, también tendía, en ocasiones, a desperdiciarlas en la creencia de que no se verían afectadas por excesos indignos de él y que, aunque ligeramente disminuidas, podían recuperarse con facilidad. A la larga, eso resultó ser cierto en su caso; el que haya sido una bendición, es cuestionable.
A excepción de la desafortunada relación con su padre, Lalo creció hasta convertirse en un niñito saludable cuando, alrededor de sus trece años de edad, nos mudamos de un departamento a nuestra propia casa. El vecindario era bueno como también lo eran las familias que allí vivían. Todos nos encontrábamos al final de los veinte o principio de los treinta y de clase media alta. Sin embargo, muy cerca había un complejo de edificios que el gobierno ofrecía a familias económicamente menos afortunadas y era un hervidero de vendedores de drogas y demás. Después, Eduardo me contó que se le acercaron por primera vez en una ocasión en que el camión escolar lo dejó en la esquina, que le ofrecieron una muestra de mota y que, de allí en adelante, se había enganchado. ¿Por qué pasan las cosas como pasan? Normalmente, dejaba y recogía a Eduardo y a Susana de la escuela todos los días. En esa ocasión, Suzy no había tomado el camión; ¿por qué lo hizo él?
El hecho es que fue el principio del fin durante mucho tiempo porque, por supuesto, escaló a una mayor experimentación y tormento tanto para él como para nosotros... bueno, para Suzy y para mí. Por fortuna, pudo librarse de lo pero al paso del tiempo (sospecho que ver lo que le hizo a algunos de sus amigos tuvo mucho que ver con ello, pero, cualquiera que haya sido el motivo, siempre he estado agradecida que haya sido el menor de muchos males).
Yo le había pedido a mi familia que me ayudara a sacarlo del entorno que inocentemente creía estaba representando un papel principal en su incapacidad de dejar de usar, sin darme cuenta que, para ese entonces, eso ya no era lo más importante en su adicción, pero me dijeron que era mi responsabilidad y que me encargara de ella.
Una amiga de la familia que vivía en París vino de visita y, al discutir la situación con ella, ofreció darle alojo y comida con ella y su familia hasta que pudiera aclimatarse al nuevo ambiente, al idioma, etc. Le compré un guardarropa nuevo, un boleto de viaje redondo y su papá acordó enviarle su parte de la pensión alimenticia que se me había concedido en el divorcio para ambos niños para que pudiera ayudarse. Miré el avión en el que despegaba, temerosa que nunca lo volviera a ver. Vivió allá cerca de un año, estudiando música y viajando por Europa. Para ese entonces, mi compañía me había trasladado a los Estados Unidos y Suzy y yo habíamos estado viviendo allí cerca de un año cuando llegó él. En mi mente, todavía puedo verme a mí misma, eufórica y corriendo por la plataforma para reunirme con él cuando su tren arribó en Bronxville, salvo si no totalmente sano, pero al menos de regreso conmigo y su hermana por un tiempo.
Patricia Bari Frew
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