May 10, 2012

Mi padre no era un hombre malo. Era inteligente, encantador y gracioso, pero parece haber habido un trasfondo subyacente que le impedía comprometerse por completo con los demás y vincularse profundamente con sus hijos, en especial con Lalo.

            Lo que recuerdo de él es relativamente escaso. Mis padres se separaron cuando yo tenía siete u ocho años de edad y, después de eso, no figuró mucho. Si le diera una especie de presencia “geográfica” desde el momento en que nací, estuvo con nosotros todo el tiempo que vivimos en Louisiana y unos cuántos años después de mudarnos a la calle de Taxco. Para cuando nos fuimos de allí, se había convertido principalmente en una realidad itinerante dentro de nuestras vidas. Antes de eso, parece haber sido un padre “típico”, un hombre de sus tiempos. Iba al trabajo durante la semana y estaba en casa los sábados y domingos. Cenábamos todos juntos y platicábamos y nos reíamos y jugábamos juegos de mesa. Le gustaba estar con nosotros y no nos ignoraba del modo en que vi hacerlo a muchos otros papás. También era muy bromista. En ocasiones era enormemente agradable y recuerdo que era extremadamente afectuoso conmigo cuando yo era muy chica. Recuerdo que en una ocasión me desperté a media noche y lo oí en la cocina. Cuando entré, me hizo un sándwich y los dos nos sentamos juntos, platicando, en el silencio. Era un buen proveedor y siempre se aseguró de que tuviéramos no sólo lo que necesitáramos, sino también lo que quisiéramos. Trabajaba duro y se abrió camino en el mundo corporativo, como lo trataba de hacer la mayoría de los hombres de su grupo de edad y clase social. Pero también estaba el resto de los aspectos ahora estereotípicos de la vida de un hombre en los cincuentas y sesentas. Bebía demasiado, era infiel y parecía pensar que la vida le debía más de lo que podía obtener de su mujer y su familia. En cuanto a sus hijos, me da la impresión de que éramos más adorables molestias que partes indispensables de su vida.

            Sería tentador examinar la vida anterior de mi papá para hacer un análisis profundo y complicado de sus motivos, pero el hecho es que su relación con Lalo fue difícil desde el primer momento. Le molestaba que “el bebé” necesitara de consideraciones especiales. En una ocasión, cuando mi mamá le pidió que bajara el volumen del estéreo porque finalmente había logrado que el bebé se durmiera, mi papá contestó, “Ésta es mi casa y si quiere vivir aquí, se va a tener que acostumbrar”, o algo por el estilo. A menudo era cruel en su trato hacia Lalo y lo hacía menos. En ocasiones, lo golpeaba, aparentemente con más fuerza y saña cuando mi mamá no estaba allí para verlo. Era intolerante, despreciaba sus logros y, a medida que Lalo alcanzó la adolescencia, se volvió más y más dominante.

            Supongo que para Lalo fue un alivio que mi papá se fuera de la casa. Debe haberse sentido liberado hasta cierto punto. Para ese entonces ya se había metido en lo de las drogas, de modo que no es como si las cosas fueran maravillosas después de eso, pero al menos las peleas se redujeron a un mínimo. Después de eso, realmente no tengo idea de cómo fue su relación, pero parece haber sido más cordial en términos generales. Sí sé que Lalo buscaba la aprobación de mi papá y que lo quería con el alma.

            Entonces, ¿qué papel jugó mi papá en cómo se hizo Lalo? ¿Fue principalmente una fuerza negativa contra la que Lalo se rebeló? No lo creo o, al menos, no del todo. Lalo parece haber “heredado” la capacidad de mi papá para hacer amigos en todo y cualquier lugar. Mi papá estaba orgulloso de los logros musicales de Lalo y, aparentemente, se convirtió en cliente asiduo del sitio donde mi hermano y su grupo de jazz tocaban cada fin de semana. Cuando murió en 1998, recuerdo haber pensado que era una lástima que no estaría presente para las celebraciones del nuevo siglo. ¡Cómo le hubieran fascinado!

            Pero todos estos son recuerdos teñidos por el paso del tiempo y por mis propias expectativas de cómo debió haber sido. Creo que quería a Lalo, y al resto de nosotros, tanto como podía. Creo que, tal vez, no sabía cómo querer o, al menos, cómo expresar ese amor. Posiblemente, algún día, del otro lado, le pueda preguntar.

Susana Olivares Bari

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