May 24, 2012

¿RETORNO AL PARAÍSO?


Yo había llegado a México recién casada a los 19 años y había pasado 22 años allí para el momento en que mi empresa me reubicó en EUA. En alguna ocasión, un famoso escritor habló acerca de los sentimientos que experimenta un expatriado en cuanto a la abrumadora nostalgia por la tierra natal y que, sin embargo, al paso del tiempo, se llega a la conclusión que ya no se tiene una tierra de origen ni aquí ni allá. Esto se convierte en una realidad después de hacer viajes periódicos a casa sólo para percatarse de que nada es como uno lo recuerda, que se han dado cambios tanto evidentes como sutiles, posiblemente en el lugar o en uno mismo, que hacen que uno se sienta incómodo en una zona de confort ya no tan cómoda. Concluía, por tanto, que el único trozo de tierra que puede llamarse propio es la parcela bajo la cual algún día uno descansará.


            Me fue evidente que sus palabras se habían convertido en mi realidad cuando regresé al país que consideraba mi hogar y, a pesar de que me encontraba en una ciudad y estado distintos a donde había nacido y a pesar de que la localización en la que Susana y yo vivíamos era excepcionalmente bella, nunca me sentí cómoda, incluso con mis compatriotas. Como dice Jim Croce en una de sus canciones, “Nueva York no es mi hogar”. De modo que cuando Eduardo llegó de París, Susana y yo estábamos a punto de regresar a México y a mi antiguo trabajo. Eduardo decidió quedarse en Manhattan y, durante un tiempo, vivió con su amigo de toda la vida, Jorge Ritter, que también vivía allí, para después rentar un departamento cercano en SoHo. Suzy y yo viajamos de vuelta a México y, por coincidencia, en el mismo avión en el que viajaban mi cuñada y los primos de Susana. Teníamos a todo un comité esperándonos en el aeropuerto cuando llegamos, es decir, mi mejor amiga Margaret, con quine habríamos de quedarnos hasta que llegara nuestro menaje de casa a México, su familia y el papá de Susana y su tío, quien estaba allí para darle la bienvenida a su esposa e hijos.
            Yo diría que cerca de un mes después de regresar, recibí una llamada en mi oficina que había habido un terrible incendio en el departamento de Eduardo y que todo se había destruido. Al principio, no estaba claro si él había resultado lastimado y las horas que esperamos la confirmación de que estaba bien fueron una tortura.
            Poco después me ofrecieron otro trabajo que pagaba considerablemente más. Decidí tomarlo (enorme error) y las cosas fueron de mal en peor durante una época. Eduardo escribió para decir que quería regresar a México y yo estaba encantada, pero decidió hacer una escala para ver a mi mamá de camino y ella ofreció pagarle sus estudios universitarios si vivía con ella. Me preguntó qué era lo que quería que hiciera y, por supuesto, yo no podía dejarlo pasar la oportunidad, de modo que mi encanto fue breve.
            Al mirar atrás, no me arrepiento de haberlo mandado a Europa a pesar de que no fuera la cura para su adicción, ni me arrepiento de haber dejado de lado mi propia necesidad de tenerlo como apoyo moral para Suzy y para mí —hubiese sido muy egoísta— porque amas situaciones ampliaron sus horizontes culturales y experiencia de vida, pero hubo días, años, de hecho, que no lo tuvimos con nosotros y eso, también, es egoísta; pero muy triste por la manera en que resultaron las cosas.

Patricia Bari Frew

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